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Especial BLADE: COMIC + PELÍCULAS

Soy mucho de revisitar pelis. Algunas me las sé de memoria, de tanto que las he visto, y otras, pese a tener un grato recuerdo de la primera vez que me encontré con ellas, permanecen en el olvido hasta que un buen día se me enciende la bombilla y me marco un remember. Esta semana pasada me sucedió eso con Blade, la famosa y exitosa saga de películas protagonizadas por Wesley Snipes que tanto marcaron a una generación entre finales de los 90 y principios de este siglo. HBO me lo puso fácil, poniendo a disposición de sus socios estas películas dentro de su catálogo, así que no me resistí a encontrarme de nuevo con el cazavampiros más duro y molón perteneciente al universo Marvel.

Y es que, antes de meternos en faena con la películas, hay que señalar que Blade es un personaje de cómic, cuya primera aparición data de 1972 en La tumba de Drácula (mítica serie creada por Marv Wolfman y Gene Colan, de la que os hablaré algún día en Novena Viñeta). Allí se nos presentaba un enorme negro, de aspecto muy funky setentero, que era medio vampiro. Su madre, una prostituta del Soho de Londres, que fue mordida y asesinada por el vampiro Deacon Frost antes de dar a luz al pequeño Eric Brooks (nombre real de Blade). Este brutal y trágico encuentro, proporcionaron a Blade capacidades especiales a través de la contaminación de su sangre con la del vampiro, tales como una fuerza superior a la de un humano, un factor de curación acelerado y la ventaja de poder campar a sus anchas a la luz del día. Blade fue criado por la madame de un burdel y entrenado por un viejo trompetista de jazz que resultó ser cazador de vampiros. ¡Solo con eso en tu currículum ya puedes presumir de tipo duro! El caso es que Blade pasó así gran parte de su vida, formándose como cazavampiros, hasta que el mismásimo Drácula convirtió a su mentor y el propio Blade tuvo que acabar con él. Sediento de venganza, se lanzó a la caza de Drácula por medio mundo, uniéndose a diferentes grupos de cazadores de vampiros, como el liderado por Quincey Harker y Rachel Van Helsing.

Como podéis apreciar, poco o nada tiene que ver este Blade con el que nos encontraríamos décadas más tarde. Físicamente se distancian, aunque se pueden encontrar algunos elementos comunes que han ido evolucionando con el paso del tiempo. Ha tenido sus propias series y colecciones, sobre todo a raíz del estreno de las películas tomando ya como referencia la estética conocida, y se ha paseado por los números de otros héroes como Lobezno, Black Panther o el propio Spider-Man. Incluso llegó a tener presencia en los Ultimate Vengadores de Mark Millar, no obstante su trayectoria ha sido bastante irregular, convirtiéndolo en uno de esos antihéroes de culto que solo unos pocos saben disfrutar.

Pero, sin lugar a dudas, la verdadera popularidad le llegó a Blade en 1998, cuando vio la luz (y nunca mejor dicho) la primera de sus tres películas. Dirigida por Stephen Norrington (quien sepultó su carrera como director tras el desastre de La Liga de los Hombres Extraordinarios) y guionizada por David S. Goyer (el cerebro al mando de todo el universo cinemático DC actual), contaba con un reparto encabezado por Wesley Snipes (que en ese momento estaba en la cima del cine de acción), Stephen Dorff y Kris Kristofferson, encarnando respectivamente a Deacon Frost y Whistler. La historia se distanciaba del cómic, recogiendo de éste solo los conceptos esenciales, y nos presentaba el origen Blade, hijo de una mujer mordida por un vampiro y que fue recogido por Whistler y entrenado para dar caza a los vampiros. Desaparecía toda referencia a Drácula y cualquier vinculación al mundo superheróico de Marvel (quedaba toda una década para llegar al famoso universo compartido). Hay que señalar que esta película venía precedida por El Cuervo, una película de culto que cuatro años antes ya había marcado una estética y una forma de narrar muy concreta, insertando temas musicales muy potentes dentro de escenas realmente impactantes. Blade es heredera de todo aquello; si bien es cierto que las impresionantes coreografías y las grandes dosis de acción y violencia superan al film de Brandon Lee, su oscuridad y su estética las hace bastante semejantes.

Su guión, simple pero efectista, nos narra el origen del personaje, su lucha contra los vampiros y su confrontación final con Deacon Frost. No hay que esperar un alarde de historia ni giros de guión alucinantes, Blade se centra en la acción y la plasticidad de sus coreografías, con un Wesley Snipes excelso. Son dos horas trepidantes que sientan las bases de la mitología del personaje, que ampliaría más adelante Guillermo del Toro con su secuela. No obtuvo malas críticas (se comprendía cuáles eran sus pretensiones y hasta dónde quería llegar) y la taquilla la respaldó lo suficiente como para que, cuatro años después, el cazador de vampiros regresara, pese a haber sido censurada en Alemania y prohibida en Malasia.

Cuenta la leyenda que, cuando propusieron a Guillermo del Toro encargarse de Blade II, éste no se entusiasmó demasiado. No le atraía nada el personaje y pensaba que todo lo que había que contar de él ya se hacía en la primera película, pero Mike Mignola, el maravilloso dibujante y guionista creador de Hellboy, le convenció para hacerlo: la idea era que Blade II sirviese de rodaje y laboratorio de pruebas de cara a realizar el verdadero proyecto que De Toro quería, que no era otro que la adaptación a la gran pantalla de Hellboy. Y con ese argumento, decidió hacerse cargo de la secuela, contando de nuevo con Wesley Snipes y Kris Kristofferson, y añadiendo rostros muy conocidos como Norman Reedus, Ron Perlman, Donnie Yen, Luke Gross (quien encarnaría al Príncipe Nuada en la secuela de Hellboy) y el habitual cameo de su amigo Santiago Segura (que mete la morcilla de Torrente 3 en un momento de la película).

Del Toro utilizó todo lo que había funcionado en la película anterior, recreándose en las escenas de acción, para plantear su secuela, pero decide ir un paso más allá ampliando la mitologíaa del personaje con esa nueva raza de vampiros que se alimenta de vampiros, mutando en una especie superior y amenazadora. Un concepto bastante potente en el que sostener el metraje, teniendo en cuenta que se renuncia al desarrollo y la evolución del protagonista, a quien se le incluye dentro de un grupo de vampiros caza-vampiros. Como concepto, vemos que es muy de la factoría de Del Toro (quien después desarrollaría más el tema del vamipirismo en sus novelas La Trilogía de la Oscuridad), pero echamos en falta más Blade. Quizá el director, como ya anunciaba, no tenía nada nuevo que contar que no se hubiese hecho en su antecesora, o puede que su cabeza estuviese puesta en Hellboy y no se tomase demasiado en serio este proyecto. Sea como fuere, la jugada no se salió mal y gracias a Blade II el director mexicano ganó experiencia, fama y reputación suficientes como para poder desarrollar todos los éxitos que vinieron después.

En 2004 sucedió lo peor. Sí, creedme, lo peor. Tercera película del cazavampiros con título Blade Trinity. Escrita y dirigida por el mismo David S. Goyer y repitiendo como protagonista Wesley Snipes. Pese a que en esta continuación se incluían más elementos propios e identificativos del cómic, como Drácula o Hannibal King, la fórmula parecía agotada, quizá demasiado enclaustrada en los noventa y con un lastre en las actuaciones que hacen que la peli no sea en absoluto disfrutable. La crítica la destrozó, y con toda la razón, y fue el último clavo en la tumba de la franquicia. En realidad, me vais a permitir no comentar nada más de ella, ya que no tengo nada bueno que decir y demasiado mal lo he pasado teniendo que revisitarla para escribir este artículo. Basta con decir que solo se la recomiendo a fans acérrimos al personaje y a grupos de colegas borrachos para echarse unas risas.

Pero, ¿creíais que esto acabaría aquí? No, porque en 2006, resistiéndose a dejarlo morir, Blade regresaba, esta vez en la pequeña pantalla, y ya sin Snipes como protagonista. El relevo lo tomaba Sticky Fingaz, pero el proyecto se quedó en una sola temporada de doce capítulos y una calidad bastante baja. Pese a que el formato podría ser lo que mejor le viniese a Blade, a sabiendas de lo repetitivas que podrían presentarse las temporadas y los episodios, tampoco llegó a nada.

Se habla mucho, de un tiempo a esta parte, sobre la posible nueva serie de Blade, con Marvel y Netflix al frente del proyecto, pero todo son rumores y conjeturas. Lo cierto es que el cazavampiros parece aguantar, oculto entre las sombras, esperando a que un buen guión, sin miedo a tener que pecar de violento o explícito, se deje caer por alguna oficina y encienda determinadas bombillas. Lo cierto es que, tras dos grandes fracasos y trece años de silencio, no parece tener nada de cara para volver a salir ahí fuera y eliminar a los chupa-sangres. Por parte de este que os escribe, ojalá regresase, pero con la frescura y la crudeza necesaria para convertirla en el nuevo pepino dentro del universo compartido de Marvel. ¿Será así? ¿Aceptamos apuestas? Pero de sangre, eso sí.

Tokyo Ghost [Novena viñeta]

Si tuviese que hacer un listado con los guionistas más en forma dentro del panorama comiquero americano, sin duda incluiría a Rick Remender. Obras como Fear Agent, Low o Ciencia Oscura lo avalan más que de sobra para que estemos atentos a cada novedad que nos presenta.

Y yo, como buen seguidor suyo, no podía dejar escapar la posibilidad de hincarle el diente a Tokyo Ghost, esta nueva miniserie que nos traía, acompañado de un gigante del dibujo como es Sean Murphy.

Quizá lo que más atractivo os resulte a aquellos que tras leer este artículo se animen a acercarse a Tokyo Ghost es que es una serie cortita, ya finiquitada y editada en España en dos únicos volúmenes por Norma Editorial, bastante económicos cada uno de ellos. Por lo que el futuro lector no tendrá que comenzar una colección interminable o hacer una inversión que roce lo obsceno para disfrutarla.

¿Qué nos ofrece Tokyo Ghost?

Pues nos lleva a un futuro distópico, exáctamente a Los Ángeles en el año 2084, donde la mayoría de la gente está enganchada a la tecnología. Esta nueva forma de droga sirve como alivio y escape a los consumidores del agónico mundo en el que viven, atufado de contaminación, gobernado por las grandes corporaciones tecnológicas y sometido por gánsteres que no dudan en matar o robar por su correspondiente dosis virtual. Y, dentro de este caótico nuevo orden, destaca la figura de los alguaciles, encargados de ajustarles las cuentas a aquellos que van un paso más allá. Dos de estos alguaciles son Led Mella y Debbie Declive, dos amigos de la infancia tan unidos entre sí como diferentes entre ellos. Led es una mole de músculos enganchado a todo tipo de nanotecnología. Debbie es una chica que trata de escapar del infierno tecnológico y desenganchar a su querido Led. Para ello, aceptarán un trabajo que les llevará al último paraíso libre de tecnología: la nación jardín de Tokio.

Y hasta ahí puedo leer, que diría cierta presentadora, pues en el mismo primer volumen ocurre el giro más interesante de la obra para luego volverse más predecible y convencional. De hecho, las dos partes que componen esta miniserie están bien diferenciadas, como si el dúo creativo se hubiesen repartido a partes iguales lo que querían plasmar en cada una de ellas. Así, nos encontramos con un primer volumen cargado de crítica social, de profundidad de guión, de desarrollo de personajes, y un segundo volumen que marcha a toda pastilla abundando la acción, la violencia y un único sentimiento a desarrollar: la venganza. De modo que, dependiendo de lo que más te motive, lo encontrarán al principio o más adelante.

Pero, cuidado, eso no significa que el cambio de tono entre uno y otro signifique que se abandonen ciertos aspectos que se representan con mayor claridad en su continuación o preludio. Desde el primer instante, nos encontraremos grandes dosis de acción y ultra violencia. Porque, sí, en este cómic la violencia no es descafeinada o para todos los públicos. Es explícita, incluso algunos la calificarían de mal gusto, abundando los tacos, el lenguaje soez, la incorrección y mostrando el dedo corazón sin complejos a la tiranía de lo políticamente correcto. Así que, si eres de los que se escandaliza fácilmente, este no es tu cómic. ¡Ah, un consejo! Los que tengáis niños curiosos, mejor colocad Tokyo Ghost en lo más alto de la librería. Me lo agradeceréis.

¿Pero todo se basa en violencia, lenguaje y sexo explícito? No, como ya os he avanzado, esta obra tiene mucho de crítica social en su primera mitad. La visión de un futuro donde la gente sea adicta a una droga como es la tecnología, llegando al punto de meterse implantes para poder consumir sin parar todo tipo de productos virtuales, nos pone los pelos de punta porque no lo vemos tan descabellado. Ver nuestras ciudades controladas por grandes corporaciones tampoco nos es ajeno, como tampoco lo es que creamos que los pocos reductos verdes y puros del planeta no permanecerán así por mucho tiempo porque, aunque intentes protegerlo, acabarán contaminándolo con (y perdón por el taco) la mierda que llevamos de serie. Y si a eso le añadimos unos personajes bien desarrollados y con carisma, pues ya terminamos de redondear la experiencia.

Como muchos intuiréis, esta obra bebe de fuentes tan conocidas y apreciadas por estos lares como es el ciberpunk y el género distópico. Contiene todos los elementos diferenciales, así como todos los típicos. Una sociedad corrupta y moribunda, personajes que son perdedores, grandes empresas que juegan con nosotros, tecnología y una ambientación que tiende a lo oscuro, casi a lo crepuscular. De hecho, muchos de vosotros encontraréis muchas reminiscencias a otra gran obra como es Akira de Katsuhiro Otomo, tomando prestadas algunas de sus piezas maestras, como las motos y la estética pandillera.

Y nadie mejor para mezclar este cóctel que dos maestros como son Rick Remender y Sean Murphy. El primero hace una labor de guión intachable, con diálogos ingeniosos y chispeantes, brillando con luz propia sobre todo en el primer volumen, que es donde consigue plasmar toda la crítica social, el contenido y el peso específico de la obra. Pero un buen guión no sería tan bueno si no ha detrás un buen dibujante, y en este caso Remender ha contado con un monstruo como es Murphy. Y es que hay que ponerse en pie para hablar de este genio del dibujo. Sorprende cómo consigue imprimirle esa suciedad, ese aspecto caótico y esa cantidad de detalle a cada viñeta. Y deja claro desde el inicio que no había nadie mejor como él para plasmar el futuro de Tokyo Ghost, pero en el segundo volumen, ¡ah!, ya se descoca por completo y nos ofrece algunas de las composiciones de página más magistrales que he visto en obras actuales. Ese trazo roto, con tintas sucias, pero contrastando con el exquisito diseño de personajes. No es que vayamos a descubriros ahora a este fuera de serie, que ha firmado obras como Punk Rock Jesus o El Resurgir, pero yo no me canso de aplaudir a uno de los dibujantes más en forma del cómic americano.

Concluyendo: Tokyo Ghost nos restriega por la cara una sociedad a la que parece que nos encaminamos cada vez más, haciéndolo con gracia, con gamberrismo y con un punto de mala baba que hacen de esta obra un producto muy disfrutable.